El error como herramienta del aprendizaje

Es importante no confundir al error con la ignorancia, aun en el caso de que a veces el primero procede de la segunda. Mientras la ignorancia es una falta de conocimiento, el error supone un conocimiento previo acerca del cual hay error.

De esta forma, se vuelve en parte positivo. Como decía Aristóteles :

Nosotros vemos las cosas particulares por medio del conocimiento de lo general, el error es posible sin que nuestro error y nuestro conocimiento sean mutuamente contrarios. Pues el conocimiento se refiere a lo general, en tanto que el error alcanza a lo particular.

 

¿Cómo hacer para que el error sirva como una oportunidad para realizar procesos de enseñanza/aprendizaje? La respuesta es simple y compleja, hay que lograr utilizar al error como una herramienta de la enseñanza. Para ello hay que recordar que no es suficiente con que los estudiantes cometan errores sin ton ni son, sino que los mismos deben producirse y estar contextualizados dentro de un determinado marco, ya mencionado anteriormente: el proceso de búsqueda de resolución de problemas, sólo de esta forma los errores pueden estar enfocados de forma positiva.

El problema es que necesitamos esos momentos en los que “damos la respuesta equivocada”, porque están llenos de oportunidades para aprender. Contrariamente a lo que muchos pueden suponer, cometer un error y ser corregido es una de las maneras más poderosas de adquirir y retener un aprendizaje. El punto está, entonces, en cómo reaccionamos ante la respuesta equivocada de un alumno y cómo le ayudamos a aprender de sus errores.

Cuando los estudiantes son conscientes de que la respuesta que están dando al problema no es la correcta, pueden intentar resolver el problema a un nivel más profundo en comparación con alguien que simplemente ha memorizado la respuesta. Además, como docentes no deberíamos limitarnos a corregir el error, sino asegurarnos de que los estudiantes reconocen y comprenden la razón por la que la respuesta no es correcta.

Un estudiante que es capaz de corregir una respuesta incorrecta experimenta una sensación de éxito personal. Siente cómo su esfuerzo ha valido la pena y cómo mejoran sus habilidades. Esa experiencia de éxito le lleva a ser más persistente y a esforzarse aún más cada vez que tiene que alcanzar una meta de aprendizaje porque cree que será capaz de alcanzarla.

Si los estudiantes pueden aprender de sus errores, deben saber que cometerlos no es algo gravoso. Como docentes, deberíamos dejar claro que los errores forman parte del aprendizaje y que lo importante es aprender a gestionarlos de diferentes maneras. La pregunta es: ¿cómo podemos crear en el aula un clima de confianza en el que los estudiantes pueden cometer y aprender de sus errores?

Si tardamos en darnos cuenta de que un estudiante no ha comprendido algo y dejamos pasar mucho tiempo entre esa situación y nuestra respuesta, el pensamiento incorrecto puede afianzarse en la mente del estudiante, con lo que luego podría tardar más en “desaprender”. El proceso de enseñanza debería, por tanto, seguir estos pasos: actividades de práctica, errores, recibir retroalimentación o feedback, reflexionar sobre el feedback recibido, volver a intentarlo.

Dar a los estudiantes la posibilidad de corregir sus propios errores en cuanto los han cometido puede tener un impacto positivo en su motivación para el aprendizaje. Al mismo tiempo, aprender a descubrir la raíz del problema (no haber prestado suficiente atención, reiteración –“tropezar siempre sobre la misma piedra” o repetir una acción o respuesta errónea, tener una idea equivocada antes de comenzar) ayuda a entender y modificar procesos y hábitos.

El conocimiento es construido, no recibido. Los esquemas mentales cambian lentamente, y el aula es un gran espacio de transformación. Hay que desafiar intelectualmente a los alumnos con preguntas y repreguntas, a través de un camino iterativo. Un contexto rico en preguntas y oportunidades, donde no se juzga, la teoría y la práctica son igual de importante, ambas y al mismo tiempo construyen el conocimiento. (Bain, 2007).

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