La gran mentira de la Cima en las Artes Marciales

En las Artes Marciales, particularmente en los estilos más tradicionales, es costumbre que los alumnos valoren las habilidades marciales personales del instructor por encima del resto de factores. Se piensa que, para que el profesor sea capaz de guiar al estudiante en su desarrollo personal, este debe representar la cima del arte sin importar sus cualidades humanas o la impronta que deja en la explicación de su arte cuando lo trasmite a sus alumnos.

Por supuesto, un profesor ha de tener conocimientos profundos de lo que enseña, y haber investigado en profundidad lo que quiera transmitir, pero  por qué las habilidades personales no deberían ser la única medida a la hora de valorar a los instructores.

En sistemas complejos de entrenamiento como las Artes Marciales, es importante que quienes enseñen demuestren un nivel profundo de experiencia durante todo el proceso y el instructor ha de probar que comprende a fondo la disciplina que se encarga de preservar

Sin embargo se da una situación curiosa, muy generalizada en las artes tradicionales, en la que se espera que el instructor sea «el mejor» exponente en la sala. Cuando preguntas a un artista marcial sobre su maestro, lo más normal es que te conteste comentando cuan buenas son sus habilidades, cómo de brillantes sus aplicaciones del arte, o cuan únicas las habilidades de su cuerpo.

A causa de esta veneración al maestro, a diferentes escalas que pueden ir desde las acciones más simples a completos lavados de cerebro.

Es más, cuando el estilo es lo primero, es cuando más se espera que el instructor represente la habilidad más alta, el «maestro». Él tiene el rango más alto del arte, y de cara al camino del alumno, a más alto el grado, más habilidad personal. Sin embargo, llega un punto en que la habilidad personal del instructor se vuelve cada vez menos importante comparada con su habilidad para enseñar.

Sin embargo hay un problema con este enfoque, uno que vemos detrás de muchas Artes Marciales donde el nivel técnico del estilo ha ido bajando considerablemente generación tras generación. El problema no está tanto en la habilidad técnica del heredero elegido sino en su habilidad para enseñar. Para empezar, alguien dedicado a su propio entrenamiento quizá no haya pasado mucho tiempo aprendiendo métodos de enseñanza. He visto a muchos artistas marciales brillantes desmoronarse intentando enseñar en una sala llena de alumnos expectantes. Además, a medida que el profesor o el instructor jefe envejece o se lesiona, seguramente sera incapaz de mantener su mejor nivel, y esas habilidades en las que los alumnos ponían tanta fe empezarán a fallar.

La habilidad para enseñar y la habilidad para situar al alumno antes que al sistema, poner al individuo en el centro del entrenamiento, debería ser la medida más importante. Eso no significa que tengamos que asumir como correcto el antiguo proverbio «aquellos que no pueden, enseñan». Si los profesores mismos no pueden ejecutar bien o no han practicado en el pasado aquello que enseñan con un mínimo, desde luego deberíamos sospechar. Pero sí que se puede decir que las habilidades personales del maestro, que podrían verse limitadas por la biología, la edad, las lesiones, la concentración u otros factores individuales, no deberían representar el máximo valor para el estudiante.

En conclusión, la habilidad de ayudar a otro a crecer es una que no se encuentra muy a menudo. Es más, las habilidades para entrenar bien a una persona en las Artes Marciales es rara. Encontrar a alguien con esta capacidad y centrada en priorizar a sus estudiantes, es toda una rareza. Uno tiene que esforzarse para encontrarlo, y por eso debemos valorarlo cuando lo hagamos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *